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jueves, 9 de mayo de 2013

El hombre y el paraíso




La lluvia caía esta mañana cada vez con más intensidad y pronto cesaría, dando paso a un sofocante sol sobre la copa de los árboles, los miles de árboles de la oscura y temible selva que, en su interior, guardaba cientos de males, siendo el principal problema su tamaño y densidad, donde habitan mil y un temibles demonios aullantes, además de los salvajes que observan desde los árboles o las sombras con sus saetas, expectantes a que un descuidado colono entre en la jungla para ser atravesado. La realidad es que se está distante de que se venza al espeso bosque de gigantes, que nos aprovisionaban  de frutas tan nuevas para nosotros (su dulce y exótico jugo no paraba de caer por la borda).
Mañana zarparemos hacía el sureste con el fin de supervisar las colonizaciones que allí se encuentran, a no ser que los salvajes o los vientos hayan barrido sus almas como el enfurecido río que barre los árboles. La vida en el mar es, quizás, mas peligrosa que en tierra firme; la falta de víveres llevaba a la forzada dieta del escorbuto; para eso llevábamos una gran cantidad de manzanas y naranjas. No se puede decir que nuestra triste carabela fuera un buque insignia; más bien era aquel viejo veterano de guerras pasadas que se limita a curar sus heridas, cada día más irreversibles y visibles en su cicatrizada cara. La broma, como carpinteros demoníacos provenientes del mar, agujereaba la línea de flotación.
Así, cansados el barco y sus tripulantes, navegábamos hacía el designio desconocido, la tierra del paraíso y el infierno, la de Dios conquistada por el hombre.

Eduardo Sánchez San Blas
2º BAC HCSO





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