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miércoles, 28 de octubre de 2020

Halloween is coming

 The Pitch Black Knight

By Kenzo Alla Hernández (2º ESO) 

In lands hidden to the human eye, there were millions upon millions of planets, dimensions,
galaxies and worlds which were inhabited by billions of different species living in harmony. Until a strange enemy which they called “The darkness” came upon them. It brought fear and harm to everything and everyone in its path. All the civilizations came to a solution, and that was to use light to destroy the beast. They needed to sacrifice a pure soul to be able to summon it. Monotus, leader of the Red clan, agreed to sacrifice his son, Kyru. 

They decided to start the sacrifice the next night. It was all set. They started by painting marks on the boy for good luck. 

They placed him in the middle of a circle that contained marks of happiness, dreams and hope. They started calling for the light, they carried on for hours, until… 

The air around them was filled with a golden smog, and every second that went on, the beings felt hope, and so the golden king was born. It had been crafted from the child’s pure soul. it said nothing and a pulse of light was released from its small body and constructed walls that contained a kingdom that was from then named, The Pure Empire. 

But just then the king vanished into the night sky. 

Decades passed without fear or darkness ambushing them. Until the kingdom’s barriers had started to be consumed by the darkness and their walls had disappeared and the darkness had once again come upon them. 

It selfishly murdered lives, destroyed creations and their hope was gone. The golden king had remained in his palace and once he had found out about the darkness uprising, he came upon a solution that was to create a pitch black being with no desire so that it could not be affected by the darkness but also have a miniscule blip of light inside of it to contain the darkness. So the king travelled throughout countless worlds. 

The golden king had travelled so much that he was tired and had to rest, he started to weep tears of dried out hope. But he stopped, he realised that if he summoned a God, they could help get rid of the darkness. He created a golden orb as a distress signal and shot it at the sky. The king waited for hours, and finally, his call was responded to by a Goddess named the Goddess of birth. The king informed her about what had happened and the Goddess agreed to give him an orb that allowed him to create beings but only if he agreed to have a child with her. The king knew that his child would be extremely powerful, so he also agreed. 


The golden king returned to his palace and began to create his pitch black child. He had created billions of children but all were failures, so his knights tossed them into an enormous pit called “The Endless Pit” to rot. 

Just as he started to lose hope, his 10.000.000.000th child was born who was 100% pitch black so he was sent to contain the darkness, and exactly that he did. 

They locked him up inside of a black sphere, but it turned out the child was not so pitch black as they thought… 

The knight had combined with the darkness and started to destroy yet again. The child had only one desire, to make his father proud. 

Meanwhile in The Endless Pit, some of the children managed to escape the pit, many died while trying to escape the darkness but one managed to make it out of the kingdom but comes back and starts to explore…


Illustrations: https://pixabay.com

jueves, 24 de octubre de 2013

Los prejuicios...

Una taza de caldo


Una señora coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación, se sienta en una de las muchas mesas del local. Pero, apenas sentada, se da cuenta que se ha olvidado del pan. Entonces se levanta, se dirige a coger un bollo para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio.
¡Sorpresa! Delante del tazón del caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de otra raza que está comiendo tranquilamente. ¡Esto es el colmo, piensa la señora, pero no me dejaré robar! Dicho y hecho. Parte el bollo en pedazos, los mete en el tazón que está delante del hombre y coloca la cuchara en el recipiente.
El negro, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de "espagueti" y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se van.
- ¡Hasta la vista ! dice la mujer.
- ¡Hasta la vista! responde el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. Se aleja.
La mujer lo sigue con su mirada y, una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de su silla. Pero ... ¡sorpresa! el bolso ha desaparecido. Entonces aquel negro... Iba a gritar ¡ladrón! cuando, ojeando a su alrededor, ve su bolso colgado de una silla dos mesas más atrás de donde estaba ella, y sobre la mesa la bandeja con un tazón de caldo ya frío.
Inmediatamente se da cuenta de lo sucedido. No ha sido el africano el que ha comido su sopa, ha sido ella quien, equivocándose de mesa, como gran señora ha comido a costa del africano.

Pensando en los demás...

La aldea en ruinas

Era una aldea encantadora, de esas que están metidas entre las montañas. En ella quedaban unos pocos habitantes que se llevaban bien, quizás porque sólo se saludaban cuando se cruzaban. En la puerta de cada casa, estaban escritas las habilidades que cada vecino tenía, y, a juzgar por lo largas que eran las listas, la gente de aquel pueblo debía valer mucho. Los vecinos de aquel pueblo debían valer mucho, pero el sol, la lluvia, los hielos del invierno… iban estropeando las fachadas de las casas. Un día se cayó el poste de teléfonos y cuando paseaban los vecinos decían:
- “Ya lo arreglarán los otros, yo no soy el encargado”.
Poco después los hielos rompieron las cañerías de la fuente de la plaza y los vecinos decían: “¡Qué lástima! ¿No habrá nadie que lo arregle?”.
Y el agua inundó la plaza y corría, calle abajo, inundándolo todo. Poco a poco, se fueron rompiendo también las tejas y las casas se inundaron de goteras porque en los carteles de los vecinos no ponía la habilidad de arreglar tejados. En las esquinas de las calles crecían zarzas y por algunas calles no se podía pasar porque la maleza había cerrado el paso y nadie la quitaba, ya que ninguno tenía esa habilidad.
Años después, las calles, las casas, las cercas, las fuentes… todo estaba medio derruido. Hasta los carteles de las puertas de las viviendas, con las cualidades de los vecinos, se habían estropeado.
Un día se encontraron, por casualidad, todos los vecinos en la plaza y empezaron a comentar unos a otros los destrozos que sufrían cada uno:
- “A mí se me ha hundido el tejado…”
- “A mí no me llega la luz...”
- “Yo tengo una zarza en medio de la puerta y casi no puedo salir…”
Y todos fueron narrando las desgracias de aquella aldea, que estaba convertida casi en ruinas por el abandono. 
Pero alguien sugirió la idea de asociarse para arreglar las casas. A todos les pareció bien la propuesta de asociarse y comenzaron por quitar entre todos las zarzas y maleza de las calles, luego siguieron las cercas, y después los tejados de las casas hundidas. En la plaza, volvió de nuevo a correr la fuente y en ella pusieron una inscripción: <<Agua, corre siempre transparente, sin mancharte con nuestro abandono”>>.
Y volvieron a levantar los carteles de cada casa, pero poniendo en todos ellos un único mandato: <<Ayudarás a tus vecinos a construir cada día un pueblo nuevo y unido>>.
Y el pueblo volvió a lucir entre las montañas, y todos los caminantes que llegaban hasta aquel lugar encontraban la aldea siempre nueva. 

(Adaptación)  



El chico de las muletas



Había una vez un país donde todos, durante muchos años, se habían acostumbrado a usar muletas para andar. Desde su más tierna infancia, todos los niños eran enseñados debidamente a usar sus muletas para no caerse, a cuidarlas, a reforzarlas conforme iban creciendo, a barnizarlas para que el barro y la lluvia no las estropeasen... Pero un buen día, un sujeto inconformista empezó a pensar si sería posible prescindir de este instrumento. En cuanto expuso la idea, los ancianos del lugar, sus padres y maestros, sus amigos, todos le llamaron loco: <<Pero, ¿a quién habrá salido este muchacho? ¿No ves que, sin muletas, te caerás irremediablemente? ¿Cómo se te puede ocurrir semejante estupidez?>>.

Pero nuestro hombre seguía planteándose la cuestión. Se le acercó un anciano y le dijo: <<¡Cómo puedes ir en contra de toda nuestra tradición! Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con esta ayuda. Te sientes más seguro y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas: es un gran invento. Además, ¿cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros mayores sobre la construcción, uso y mantenimiento de la muleta? ¿Cómo vas a ignorar nuestros museos donde se admiran ejemplares egregios, usados por nuestros próceres, nuestros sabios y mentores?>>.
Se le acercó después su padre y le dijo: <<Mira niño, me están cansando tus originales excentricidades. Estás creando problemas en la familia. Si tu bisabuelo, tu abuelo y tu padre han usado muletas, tú tienes que usarlas, porque eso es lo correcto>>. 
Pero nuestro hombre seguía dándole vueltas a la idea, hasta que un día se decidió a ponerla en práctica. Al principio, como le habían advertido, se cayó repetidamente. Los músculos de sus piernas estaban atrofiados.  
Pero, poco a poco, fue adquiriendo seguridad y, a los pocos días, corría por los caminos, saltaba las cercas de los sembrados y montaba a caballo por las praderas. Nuestro hombre del cuento había llegado a ser él mismo.
Cuento indio. Adaptación

Microcuento

<<El emigrante>> es un microcuento del escritor mexicano Luis Felipe Lomelí. Fue publicado en 2005 en su obra Ella sigue de viaje (México, Tusquets Editores) y constituye el relato más corto escrito en español. He aquí el relato:

El emigrante


- ¿Olvida usted algo?
- Ojalá 
                           Luis Felipe Lomelí (2005) 


Luis Felipe Lomelí

lunes, 28 de enero de 2013

Los ciegos y el elefante

Un día seis sabios quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto.
El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: “No cabe duda, el elefante es como una pared”.
El segundo, palpando el colmillo, gritó: “Esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza”.
El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: “¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente”. El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: “Está claro, el elefante, es como una columna”.
El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: “Aun el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico”.
El sexto, quien tocó la oscilante cola apuntó: “El elefante es muy parecido a una soga”.
Y así, los sabios discutieron largo y tendido, cada uno excesivamente terco en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, todos estaban equivocados.
Parábola india


La verdadera amistad

-  Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor; solicito permiso para ir a buscarlo – dijo un soldado a su teniente.


- Permiso denegado soldado – replicó el oficial -. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ya esté muerto.
El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso:
- ¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿valía la pena ir hasta allá para traer un cadáver?
A lo que el soldado moribundo respondió:
- ¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: <<Estaba seguro de que vendrías>>.

viernes, 25 de enero de 2013

Cuento para pensar



En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
- ¿Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro -contestó el viejo.
- Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
- Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
- No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso, ¿qué importa?
- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.
Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojala vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
- Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
- Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte... 
Jorge Bucay


 

miércoles, 23 de enero de 2013

Los clavos en la puerta



Hubo una vez un niño que tenía muy mal genio. Por ello su padre decidió entregarle una caja de clavos y un consejo, que cada vez que perdiera el control, clavase un clavo en la puerta de su habitación.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta. Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia y por ello la cantidad de clavos comenzó a desminuir. Descubrió que eras más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos. Su padre, orgulloso, le sugirió que por cada día que se pudiera controlar, sacase un clavo. Los días transcurrieron y el niño logró quitarlos todos. Conmovido por ello, el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con suma tranquilidad le dijo:

 “Haz hecho bien, hijo mío, pero mira los hoyos… La puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, dejan una cicatriz igual que ésta. Le puedes clavar un cuchillo a un hombre y luego sacárselo. Pero no importa cuántas veces le pidas perdón, la herida siempre seguirá ahí. Una herida verbal es tan dañina como una física. Recuerda que los amigos son joyas muy escasas, consérvalos, cuídalos, ámalos, pero no los lastimes, hay daños que son irreversibles y no hay perdón que los sane”.

El niño comprendió la enseñanza de su padre y jamás volvió a tener que controlar su ira porque se dedicó a tomarse las cosas con calma y a actuar siempre guiado por el amor.

¡No es mi problema!


U

n ratón, mirando por un agujero en la pared, vio a un granjero y a su esposa abriendo un paquete. Pensó <<qué tipo de comida podrá haber ahí>>. Pero quedó aterrorizado cuando descubrió que era una trampa para ratones. Fue corriendo al patio de la granja a advertir a todos:

- ¡Hay una ratonera en la casa!, ¡una ratonera en la casa!

La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levantó la cabeza y dijo:

- Discúlpeme, Señor Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, mas a mí no me perjudica en nada, no me incomoda…

El ratón fue hasta el cordero y le dijo:

- ¡Hay una ratonera en la casa!, ¡una ratonera!

- Discúlpeme Sr. Ratón, mas no hay nada que yo pueda hacer, solamente pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones…

El ratón se dirigió entonces a la vaca, y la vaca le contestó:

- Pero acaso, ¿estoy yo en peligro?....Pienso que no, concluyó la vaca.

Entonces el ratón volvió a la casa, preocupado y abatido, para hacer frente a la ratonera del granjero.

Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando a su víctima. La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, no vio que la ratonera atrapó la cola de una serpiente venenosa. La serpiente, veloz, mordió a la mujer. El granjero la llevó inmediatamente al hospital y la mujer volvió a su casa con fiebre muy alta.

Todo el mundo sabe que para reconfortar a alguien con fiebre, nada mejor que una nutritiva sopa. Así que el granjero agarró su cuchillo y fue a buscar el ingrediente principal: la gallina. Como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a visitarla. Para alimentarlos, el granjero mató el cordero. Pero la mujer no mejoró, y acabó muriendo. El granjero, entonces, vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral…

La próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que, como no te afecta, no es <<tu problema>> y no tienes por qué prestarle atención.... piénsalo dos veces.