Como comentamos en una entrada anterior, durante este curso 2016-2017 se han celebrado las IV Olimpiadas Filosóficas de Canarias, centradas en esta edición en el tema "Nuevas tecnologías e identidad humana".
Publicamos a continuación los trabajos del alumnado seleccionado en nuestro instituto para participar en este certamen, cuyo objetivo fundamental es el de fomentar entre el alumnado de Enseñanza Secundaria la capacidad de análisis y reflexión sobre temas que tienen una clara repercusión en la vida humana.
Entre los trabajos publicados se encuentran dos dilemas, dos disertaciones y dos fotografías basadas en el tema anteriormente señalado.
DILEMAS MORALES
DILEMA
1. Emilia Bernal con tan sólo catorce años
ha protagonizado uno de los mayores escándalos del año. A comienzos
del otoño pasado Emilia dio a conocer su situación mediante las
redes sociales. A través de facebook, tuitter,
instagran y otras plataformas Emilia hizo público que padecía
leucemia. Publicó muchas fotos en las que aparecía sin pelo, como
consecuencia del tratamiento con quimioterapia que estaba siguiendo,
demacrada, extremadamente delgada y débil, etc. Su caso se convirtió
rápidamente en viral debido, por una parte, a la crudeza de las
fotos que publicaba y, por otra, al optimismo y la fuerza con el que
la chica encaraba su enfermedad. Emilia, decía ella misma a través
de estas plataformas, buscaba ser un ejemplo de lucha frente a la
adversidad y, en efecto, así ha sido: muchas personas conocieron la
enfermedad a través de ella y muchos enfermos graves contactaron con
ella para pedirle ánimo y consuelo en los momentos más difíciles.
A finales de la primavera Emilia Bernal llegó a protagonizar una
campaña para la donación de médula cuyo resultado batió records.
Hace
unas semanas se ha descubierto que Emilia Bernal mentía, esto es,
que todo el asunto de su enfermedad no es cierto, que todo ha sido un
montaje cuyo objetivo se desconoce. Las personas enfermas que
confiaron en ella y la tomaron como ejemplo de valor, se han sentido
profundamente defraudadas puesto que su actitud ante la enfermedad
era fingida. La mayoría opina que nada puede justificar el engaño
cuando las personas sufren y tienen su vida en riesgo. Sin embargo,
otros consideran que lo importante es el ánimo que Emilia ofreció a
todos los que se acercaron a ella y la gran cantidad de donantes de
médula que captó su campaña y que, probablemente, salvará la vida
a numerosas personas. ¿Qué valoración ética merece el
comportamiento de Emilia Bernal?
SOLUCIÓN DEL DILEMA 1
A mi parecer, Emilia es culpable de sus
actos, ya que estos no se pueden justificar ni aceptar, porque engañando ha conseguido
impactar negativamente en la comunidad de enfermos más que ayudarla.
Ella podría haber usado muchos métodos
veraces para ayudar como, por ejemplo,
publicar fotos de un enfermo real con su consentimiento previo. Desde mi
punto de vista, Emilia era demasiado joven e inmadura para, por así decirlo,
tener un fin tan “puro” y desinteresado como es el de ayudar a los enfermos de
leucemia; y el hecho de que haya mentido desde el principio me hace pensar que
lo que realmente pretendía era conseguir fama y notoriedad a través de las
redes sociales, mientras que la ayuda o beneficios obtenidos con su acción me
parece que sólo son un “efecto secundario” de su actuación, pues su intención
inicial no parece que fuera la de solidarizarse con los enfermos, porque
considero que si fuera tan responsable como para ayudar a una causa tan loable,
lo debería haber sido también para no mentir y haber empleado otros
procedimientos correctos desde el principio.
Emilia, con su proceder, también ha
conseguido sembrar la semilla de la desconfianza entre la población, y será
difícil que muchas personas vuelvan a confiar en organizaciones sin ánimo de
lucro tan fácilmente después de este escándalo.
Por otra parte, aunque en su campaña
captase muchas donaciones (que sería algo positivo que ha logrado) esto no
compensa el perjuicio causado debido a lo siguiente: las donaciones pueden
haber sido muchas, pero siempre supondrán un beneficio limitado en comparación
con el mal producido; porque el engaño es una falta de respeto general a todos
los enfermos y la ofensa llega a todo el mundo (mientras que las donaciones de
médula promovidas por Emilia afectan a muchas menos personas). Además, Emilia
Bernal no puede pretender obtener algo bueno a partir de algo malo como lo es
el engaño. Las grandes acciones deben ser transparentes desde un comienzo para
obtener un final igual de transparente.
En definitiva, como señaló el escritor británico
Aldous Huxley en su obra El fin y los
medios: “Los buenos fines solo pueden ser logrados usando medios adecuados.
El fin no puede justificar los medios, por la sencilla y clara razón de que los
medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos.”
Julián Pérez Martín (4º ESO)
DILEMA 2. Jules se
sentía pletórico. El SmartBrain 9, la
última aplicación cerebral diseñada por su laboratorio, prometía
revolucionar el campo de la neurotecnología, amén de arrasar en el
mercado. Los últimos test con Kant, Borges y Einstein así lo
atestiguaban. Al primer individuo, un tal Juan Perdomo, ex
presidiario sin graduado escolar, se le implantó el software de
Contenidos Filosóficos. Al ser preguntado si se arrepentía
de su paso por la trena contestó que sí; y acto seguido disertó
durante siete horas acerca del deber moral, la voluntad, el
imperativo categórico y el reino de los fines. Jules y su equipo lo
bautizaron en seguida: Kant. El segundo individuo, Mateo Reina,
padecía alzhéimer y apenas recordaba el nombre de sus hijos; tras
programar su SmartBrain 9 con el módulo
Memoria y Lenguas pudo recitar el listado de Papas de la
Iglesia Católica en cinco lenguas vivas y seis muertas. No hubo más
remedio que apodarlo Borges. Al tercer individuo hubo que traerlo,
por ser menor, del extranjero, a fin de sortear la legislación
española. Se llamaba Sirhan pero el programa Pensamiento
lógico-matemático del SmartBrain 9
lo convirtió con sólo ocho años de edad en el campeón de todos
los concursos de ajedrez, sudokus y programación del laboratorio:
allí todos le llamaban Baby Einstein.
Jules
dirige el laboratorio de neurotecnología más importante del país y
estaba, en efecto, pletórico. Su sueño iba a hacerse realidad: en
unas semanas saldría al mercado el implante cerebral más innovador
y potente jamás diseñado, que sacaría al ser humano -como gustaba
de decir- "de su prehistoria de anclaje a la biología, de una
Edad Oscura de limitación en la que la inteligencia humana andaría
aún en pañales". Sin embargo, Jules se ha levantado hoy con el
ánimo sombrío, abrumado por una pesadilla que lo ha sacado de la
cama: ha soñado con un mundo en el que absolutamente todos, su
mujer, sus hijos, sus empleados, sus amigos, todos... menos él,
gozaban bajo sus respectivas cortezas cerebrales de un reluciente
SmartBrain 9. En su pesadilla le angustiaban dos cosas. La
primera era su absoluta torpeza mental, su estupidez, su cretinismo:
sus hijos hablaban con su esposa de mecánica cuántica en el
desayuno y él no entendía ni jota; en el laboratorio no captaba las
ironías ni los chistes en arameo de sus empleados: todos se mofaban
de él... El segundo miedo en su pesadilla provenía de la extraña
sensación de no saber realmente quiénes eran esas personas tan
inteligentes a quienes había llamado siempre "hijo",
"hija", "amor mío"... No los reconocía ya como
los mismos a los que había querido tal y como eran.
¿Sueño
o pesadilla? ¿Cuál de los dos Jules tiene razón, el que sueña con
una humanidad mejorada por la tecnología, más inteligente, más
culta y más ágil mentalmente, aunque ello sea en virtud de un
implante artificial, o el que teme que ello dé lugar a un mundo
desigual, en el que no todos tengan acceso a una inteligencia
potenciada, y en el que los que lo tengan no parezcan ya humanos,
sino otra cosa? ¿Debe continuar adelante Jules con la
comercialización de su patente o debe interrumpirla y ocultar el prototipo del SmartBrain 9 en un baúl del olvido bajo siete llaves, para que nunca nadie cruce esa línea?
SOLUCIÓN DEL DILEMA 2
Después
de valorar las distintas opciones planteadas y de sopesar los valores
puestos en juego en este dilema moral, opino que se debería ocultar
el proyecto del Smartbrain
9 y
no seguir adelante con su desarrollo.
En primer lugar, porque puede salir mal, aunque la intención inicial
sea otra y buena; es decir, que se puede fomentar un mundo desigual a
causa de que no todos podríamos pagar tal implante cerebral, aunque
se haya intentado crear un mundo mejorado; y si ocurriera esto,
volver a la posición de partida sería muy complicado. También
puede acarrear consecuencias muy negativas debido a que seríamos
demasiado superiores al resto de seres vivos que conforman el medio
ambiente, por lo que acabaríamos por dañarlos debido a nuestro
enorme aumento de poder y de capacidad de dominio.
Por
otro lado, supongamos que este prototipo tenga éxito, funcione bien
y sea accesible para todos, ¿qué ocurrirá entonces con nosotros y
nuestra “humanidad”? Yo considero que un ser humano es la unión
de su parte corporal y de su personalidad (forma de ser, la identidad
personal, conocimientos, sentimientos, etc.), y el Smartbrain
9 afectaría
a partes fundamentales de nuestro ser y cambiaría nuestra identidad
(es decir, dejaríamos de ser nosotros mismos). A esas personas que
hemos querido y le hemos tenido aprecio ya no las veríamos igual,
serían otras. Además, podría haber mayor control de la población
por parte de los que ostentan el poder (gobernantes, empresas, etc.)
porque se podría manipular este tipo de implantes neurotecnológicos
para “programar” a la población y hacerla así más obediente y
dócil, con lo que estaríamos ante una nueva forma de control del
ser humano( que perdería libertad
y dignidad
personal).
El
filósofo José Antonio Marina ha dicho que la inteligencia
y el talento
son cosas distintas: tener conocimientos sobre un tema es una cosa y
saber aplicar esos conocimientos es otra, porque eso es el talento.
Deberíamos enseñar a aplicar tales conocimientos, si se llega a
desarrollar algo como un Smartbrain
9.
Por lo tanto, alguien podrá sostener que no habrá motivo para
preocuparse, ya que este implante cerebral solo aportaría
conocimientos, no talento. Pero igualmente, cambiará a las personas,
su forma de ser, su humanidad, así que este argumento no me parece
válido porque estaríamos yendo en contra de la dignidad de los
seres humanos, de lo que nos hace únicos e insustituibles.
También
podría pasar que cada nación intente desarrollar sus propios
“superhumanos” para generar conflictos con el fin de imponerse a
otros países (creando superhumanos programados para la guerra). Y es
que aunque solo se lo facilitáramos a enfermos para que se curen, la
tecnología sigue ahí, y tarde o temprano se utilizará para fines
menos morales, pues siempre habrá quien se beneficie con ello. Por
ejemplo, si se puede ganar una guerra gracias a esto, al menos algún
país se va a aprovechar. Y es que me parece ingenuo pensar que se
puede restringir el uso de dispositivos tecnológicos como el
Smartbrain 9 sólo
por fines lícitos o éticos, pues si pueden producirse beneficios
económicos utilizándolos con otros objetivos (por muy inmorales que
estos sean), aquellos que puedan beneficiarse (países, empresas,
etc.) terminarán por aplicarlos sin importarles las consecuencias
éticas. Por lo tanto, dicho todo lo anterior, creo que lo mejor
sería que Jules ocultara su prototipo, conservando así nuestra
humanidad y nuestra ética, que se podría ver afectada por un mal
uso de la tecnología desarrollada.
Germán
Raúl Grau Pérez (4º ESO)
DISERTACIÓN
FILOSÓFICA
NUEVAS
TECNOLOGÍAS E IDENTIDAD HUMANA
¿Un mundo lleno de
superhumanos?
T
|
Foto: Andrea Camacho Ramos (1º BAC HUA) |
odos en algún momento de nuestra
vida nos hemos plantado frente al espejo para hacer recuento de todas las cosas
que cambiaríamos de nuestro cuerpo. Al fin y al cabo, todos tenemos complejos
en mayor o menor medida. Nunca somos lo suficientemente altos, rubios,
delgados, morenos, gordos, fuertes… y no paramos de compararnos con los modelos
que los medios de comunicación nos presentan como perfectos, aunque en la
realidad no lo sean. La gran mayoría suelen ser obra de muchos retoques con los
que consiguen que ‘’encajen’’ en los cánones de belleza que ha creado la
sociedad. La humanidad siempre
ha intentado parecer “mejor”, tener un aspecto más aceptado por los demás,
recurriendo al maquillaje, los peinados, la moda, la cirugía estética, …Se dice que ya Cleopatra
en el siglo I a.C. se daba baños en leche de burra para que su piel luciera más
suave y bonita. Este deseo de mejorar el cuerpo no es actual, y está unido a la
esencia del ser humano.
La tecnología nos permite ahora que
podamos plantearnos llevar este anhelo de superación a otro nivel, cambiando
por completo a una persona y dotándola de características que ahora mismo son
impensables. A medida que pasa el tiempo estos avances se producen más y más
rápido, tanto que se prevé que dentro de
veinte años se habrán producido más innovaciones que en el último milenio. La
pregunta es ¿será esto beneficioso para
la humanidad?
‘’Los transhumanistas creen que
debemos usar la tecnología para superar nuestras necesidades biológicas’’ dice
el filósofo David Pearce (El País,
15/10/2015), y es que el transhumanismo
es la ‘’creencia’’ de que la ciencia otorgará a los humanos otra forma de
evolucionar mediante la cual podríamos cambiar nuestro aspecto físico, ver
realizados todo tipo de sueños e incluso llegar a evitar la muerte. Los cambios
más espectaculares que se esperan del proyecto del transhumanismo se habrán
llevado a cabo alrededor del año 2050, y es que por esa fecha se prevé que
gracias a avances en la nanotecnología tendremos diminutas máquinas
microscópicas recorriendo nuestro organismo y reparando daños a nivel celular.
Los más optimistas incluso hablan de transferir nuestra identidad a un avatar o
similar, concediéndonos, en cierta forma, la tan anhelada inmortalidad. También
se cree que en los próximos 35 años los avances tecnológicos darán lugar a
máquinas dotadas de inteligencia, consciencia y emociones, como sostiene el
profesor japonés Hiroshi Ishiguro (El
País, 27/09/2016), conocido por crear humanoides iguales a sí mismo y por creer
que las máquinas podrán llegar a hacer lo mismo que las personas: básicamente
tener consciencia y emociones; lo cual, unido a las mejoras que ya habremos
llevado a cabo en nuestro propio cuerpo, ayudará a que nuestra especie se conserve
mejor, pues no tendrá que realizar muchas de las tareas que realizaba y
empeoraban su calidad de vida.
Pero todos estos cambios
conllevarán necesariamente una cantidad exorbitada de consecuencias, empezando
por la que más nos preocupa a muchos: ¿seguiría existiendo la felicidad? Somos
lo que somos por lo que hemos vivido, incluso los malos momentos, que nos ayudan
a que podamos diferenciar la felicidad de la aflicción. En otras palabras: si
siempre fuésemos felices ¿cómo sabríamos qué es realmente la felicidad? Y es que hay muchos que
parecen desean crear un mundo feliz artificial, un mundo que no se sustentaría
en nada verdaderamente humano, pues el ser humano, por regla general, tiene
como objetivo en la vida llegar a alcanzar de alguna forma la felicidad. Se nos
ha inculcado que debemos seguir unas ‘’pautas’’ para llegar a ser realmente
dichosos, pero la felicidad no es solo una meta, es también el camino seguido
para tratar de alcanzarla. Como sostiene Aristóteles, el bien supremo y
objetivo último del ser humano es la consecución de la felicidad, la cual se
obtiene mediante la práctica de la virtud. Es decir, que la felicidad no es
algo que pueda implantarse artificialmente desde fuera de la persona, sino que
es cada uno, en función de las cualidades que haya desarrollado durante su vida,
quien se hace digno de ser feliz (el ideal del ser humano sabio y prudente),
forjándose su propio carácter ante las adversidades y retos que nos plantea la
vida.
Otro de los puntos que nos hace
reflexionar ante las promesas del transhumanismo es el enorme coste económico que
deberíamos asumir para disponer de toda esta tecnología que supuestamente nos
mejoraría. En un mundo con tantas desigualdades sociales, en el que mientras en
el primer mundo se tira comida, en los países empobrecidos millones de personas
mueren de hambre, no todo el mundo podría permitirse acceder a los cambios
promovidos por los avances científicos y tecnológicos. Se produciría entonces
una sociedad aún más dividida entre
aquellos que tienen más poder adquisitivo y los que no podrían acceder a esa
clase de lujos. ¿Qué podría suceder entonces?, ¿surgirían dos clases de
humanos?, ¿se sentirían aún más superiores aquellos con más capacidad económica,
llegando al extremo de creerse una raza superior al más puro estilo nazi? El
historiador Yuval Noah Harari ha afirmado: ‘’El mundo se dividirá en
superhumanos mejorados y una masa prescindible’’, llegando incluso a hablar del
ser humano adquiriendo destrezas divinas (La
voz de Galicia, 15/10/2016), de la posibilidad de que a finales de siglo al
menos los más ricos puedan extender sus vidas de forma indefinida y de la
probabilidad de que la mayoría de humanos sean innecesarios en este mismo siglo
XXI (El Periódico, 10/10/2016). Parece
que también la historia reforzaría esta hipótesis, ya que es una tendencia que
el hombre ha tenido a lo largo de su amplia experiencia de esclavitud y
racismo.
Por otra parte, si el
transhumanismo llegara a sus últimas consecuencias, consiguiendo la tan deseada
inmortalidad del ser humano, ¿cómo afrontaríamos el problema del exceso de
población? Desde siempre el hombre le ha temido a la muerte, y por ello ha
creado muchas teorías sobre qué ocurre después. Muchos buscaron la fuente de la eterna juventud porque
esta idea no terminaba de consolarles, pero seguramente no se plantearon
todos los problemas que vivir eternamente les causaría. Si todos fuésemos inmortales
y siguiésemos procreando como lo hemos hecho hasta ahora, habría tanta
población que sería imposible que nuestra especie sobreviviese ¿Dónde
viviríamos? ¿Tendríamos los suficientes recursos como para vivir tantas personas
en un solo planeta? ¿Cómo tendría que organizarse todo para que pudiésemos ser
inmortales sin acabar con la biosfera? Una de las opciones que se podría
plantear sería la de prohibir que los humanos siguieran procreando, pero un
mundo sin niños no parece que pueda cumplir con el objetivo de felicidad del
ser humano, y muy pocos estarían dispuestos a renunciar a ellos, puesto que es
uno de nuestros instintos más primarios.
Es cierto que no todo son
desventajas. Con los desarrollos de las nuevas tecnologías podríamos acabar con
muchas enfermedades que afectan a la sociedad de nuestros días y que nos
preocupan a todos, y aquí podríamos incluir tanto patologías genéticas como aquellas
que se producen por accidentes. El ser humano podría mejorar muchas de sus
capacidades y ser más fuerte y más inteligente; ¿pero realmente lo necesitamos?
Si hemos conseguido evolucionar tanto sin este tipo de “mejoras”, ¿para qué
arriesgar todo el acervo evolutivo natural y cultural de nuestra especie? Si
nos transformamos para mejorar, e incorporamos microchips y otras tecnologías a
nuestros cuerpos, realmente no mejoraríamos nosotros, sino que sería algo
‘’exterior’’ a nosotros, ajeno a nuestra condición humana.
El gran problema del transhumanismo
es el enfoque que muchos de sus promotores le están dando, pensando más en problemas
que no son tan importantes en nuestros días: ¿inmortalidad?, ¿avatares?, ¿realidad
virtual sin necesidad de artilugios externos? El ser humano parece no saber
frenar en su obsesión por mejorar, y esta ambición desmesurada puede terminar
con él. La naturaleza nos ha demostrado infinidad de veces que es más sabia y
también que ella ha sido capaz de determinar con acierto qué nos debe dar y qué
nos debe quitar.
Verónica Acosta Hernández (1º Bachillerato HUA)
IV OLIMPIADA FILOSÓFICA DE CANARIAS
MODALIDAD DE DISERTACIÓN FILOSÓFICA
TEMA: NUEVAS TECNOLOGÍAS E IDENTIDAD HUMANA
NUEVAS
TECNOLOGÍAS: ¿PROGRESO O DESTRUCCIÓN?
Foto: Alexandra García Acosta (2º BAC CTA) |
Actualmente tenemos entre manos lo
que puede ser quizás el mayor adelanto de la humanidad o su autodestrucción
total. Hasta ahora son indudables las mejoras que la tecnología nos ha aportado
y el importante paso que nos ha hecho dar en muchos campos como el científico o
el sanitario. Pero hemos llegado al punto en el que todo eso puede volverse en
nuestra contra y nos tocará sufrir las consecuencias de nuestras “magníficas”
creaciones artificiales. Es inevitable que carguemos con los efectos que todo
ello conlleva, así que a la vez que se avanza con la tecnología (porque sería
inútil intentar pararla, y ello por razones como los evidentes beneficios
económicos que reporta o la mejora en la calidad de vida que acarrea), es
necesario crear límites y concienciar al mundo entero del gran riesgo que
implica poner este poder en manos humanas.
Sabemos que no se trata de
cualquier ser cuando nos referimos a nosotros mismos, los humanos: capaces de
cambiar o destruir lo que sea con tal de vivir mejor y que el mundo se adapte a
nuestros intereses, al revés de lo que hacen el resto de especies que habitan el
planeta. En su momento, frotar dos piedras para hacer fuego fue la tecnología
más asombrosa (algo que ahora tachamos de “prehistórico”); le siguió la rueda y,
más tarde, llegarían inventos que hoy en día vemos muy simples como pueden ser
unas gafas. La finalidad de nuestras creaciones tecnológicas a lo largo de la
historia ha sido siempre conseguir nuestro bienestar máximo, y no siempre
pensando en las consecuencias para el entorno o las generaciones futuras.
También hemos desarrollado
invenciones para autodestruirnos. Siempre se ha dicho que no pocos de los
mayores avances que se han realizado en
la tecnología se han dado durante las guerras mundiales; es decir, cuando más
nos ha preocupado progresar e inventar es cuando esto ha acarreado devastación. ¿Qué
nos hace pensar que cuando tengamos en nuestras manos grandes armas de
destrucción masiva, y un motivo para darles uso, seremos capaces de
autocontrolarnos y de no utilizarlas?
No solo destrucción es lo que
supone acabar con nuestro mundo, también lo es ser dependientes de la
tecnología. Vivimos en una sociedad en la que si por un día no funcionara la red,
todo sería un caos: bancos, oficinas, restaurantes, tiendas… Se vuelve
imposible permanecer un par de horas sin algo que comenzó interesando solo a
los especialistas y que ahora es algo esencial en nuestras vidas. ¿Quién podría
imaginarse el mundo actual sin internet?
Pues algo muy parecido ocurre hoy
en día, pero ahora lo que cambiará será el propio ser humano. Próximamente
incorporaremos la tecnología a nuestros cuerpos y mentes. La evolución
biológica ha llegado casi a la irrelevancia. Algunos científicos, tecnólogos y
filósofos hablan de que vamos camino de la poshumanidad,
y hasta que esta llegue nos encontramos en el periodo de tránsito denominado transhumanismo.
Según el filósofo David Paerce (El País,
18/10/15): “Los transhumanistas creen que
debemos usar la tecnología para superar nuestras limitaciones biológicas”. ¿Pero
si nos liberamos de dichas limitaciones seguiríamos siendo nosotros? ¿Continuaríamos
siendo humanos o nos convertiríamos en una nueva especie? ¿Estamos creando
humanos mejorados o firmando nuestra sentencia de muerte como especie que
habita en este planeta hace más de doscientos mil años?
Tal y como afirma el filósofo formado
en física, neurociencia computacional y matemáticas, Nick Bostrom (El País, 9/05/16): “En el momento en que sepamos cómo hacer máquinas inteligentes, las
haremos”. No lo dudaremos ni un minuto, produciremos creaciones capaces de
almacenar mucha más información que el cerebro humano y de procesarla con más rapidez y eficacia. De
esta forma el transhumanismo cambiará las posibilidades del ser humano, hasta
que nuestros descendientes ya no serán, en muchos aspectos, “seres humanos”.
Fácilmente apreciamos a lo largo de
la historia que la curiosidad humana está por encima de cualquier límite, ya
sea físico, biológico, ético... No serviría de nada tratar de paralizar las
indagaciones en la tecnología; como dice el profesor japonés Hiroshi Ishiguro (El País, 27/09/16): “Los humanos desarrollamos la tecnología porque nos permite vivir
mejor”. Esto es innegable, hemos dado pasos de gigante en cuanto al
diagnóstico y cura de enfermedades, y la esperanza de vida se ha duplicado en
unas pocas décadas. Pero, mientras la tecnología nos permite mejorar nuestra calidad
de vida, también se apodera de ella; por ejemplo, gracias al sistema de GPS (Global Positioning System) somos capaces
de determinar la posición geográfica de una persona debido a que lleva su
teléfono móvil encima. Es cierto que estamos geolocalizados (¿y controlados?)
las veinticuatro horas del día, pero también es algo que nos produce beneficios
en casos como asesinatos, en los que nos puede ayudar a recabar datos sobre los
últimos movimientos de las víctimas.
Aunque pueda sonar muy futurista, fenómenos
como la “singularidad tecnológica”
son una realidad no muy lejana y expertos en la materia nos advierten de que
llegarán en torno al año 2045. Es decir, dentro de aproximadamente 25 años la
inteligencia artificial superará a la inteligencia humana, según predice Raymond
Kurzweill, inventor, empresario y escritor estadounidense. Ante esta
posibilidad, necesitamos diseñar urgentemente planes educativos para enseñar a
hacer buen uso de todo el inmenso potencial tecnológico que está por
desarrollarse. Es el momento de elegir entre caminos creadores o destructores.
Lo que está claro es que si no
tomamos medidas, el camino que nos lleve a la destrucción será inevitable. “Si cada vez dependemos más de los robots y
la inteligencia artificial, muchas profesiones terminarán desapareciendo. Por
lo que podemos llegar a la situación en la que miles de millones de personas
sean económicamente innecesarias y formen parte de una clase social inútil”.
Así lo explica el historiador israelí Yuval Harari (La Voz de Galicia, 15/10/2016), y concluye que “cuando pierdan su valor económico perderán
también el político. Si en un plazo de 15 años no las necesitan ni como
soldados ni como mano de obra puede que el Estado pierda en incentivo para
invertir en la salud y la educación de las masas”. Y, como no, entra en
juego (y con mucha importancia) el ámbito económico, que se traducirá en
desigualdades biológicas gracias a la biotecnología: solo los más ricos podrán
diseñar su cerebro y sus cuerpos para lograr nuevas destrezas. A su vez,
existirá una enorme masa de personas prescindibles e innecesarias. Como
consecuencia, se acentuarán las diferencias entre ricos y pobres. El ser humano
como tal será inservible.
Habrá quien piense que esto solo es
una fantasía, que no podremos modificarnos mediante la tecnología, que no es
posible que una máquina pueda controlarnos y mucho menos que sea la responsable
de extinguir al ser humano. Entonces podemos fijarnos en como actualmente las
principales empresas tecnológicas, como Google
o Apple, invierten grandes cantidades
de sus beneficios en la investigación de las tecnologías conducentes a la
¿utopía? de la poshumanidad. Todos
quieren ser los pioneros en este campo, ya que se espera que “el activo más importante serán los datos”,
como también ha afirmado Harari. Con este objetivo todo ha pasado a ser digital
(fichas médicas, billetes de avión, datos económicos…); así se guardan los
datos de todos los movimientos que realiza una persona. Esto lleva a que
entidades como Google tengan más
información de alguien que sus familiares o personas más cercanas, o incluso
más que el propio individuo. Pero, ¿y si Google
dejara de ser un motor de búsqueda repleto de información manejada por personas
humanas y se convirtiera en un cíborg con un “cerebro” cargado de toda esa
información? ¿Serían capaces este tipo de máquinas de aniquilar a los seres
humanos? Posiblemente son preguntas que aún no podemos responder, pero lo que
sí sabemos es que los humanos sí que son capaces, como ya hemos dicho, de
exterminar cualquier otra especie para dominar sin rival el mundo. Entonces, si
los mismos humanos son los que crearán a esos cíborgs, ¿podremos esperar que
ellos no nos destruyan a nosotros?
En conclusión, es necesario hacer
hincapié en que para manejar semejante desarrollo son necesarios conocimientos
a la altura, estar preparados y cualificados para asumir un gran poder. En este
sentido, José Antonio Marina (El
Confidencial, 22/12/15) recalca “la
necesidad de distinguir entre inteligencia y talento: el talento es el buen uso
de la inteligencia y se caracteriza por la capacidad de elegir bien las metas,
e intentar alcanzarlas. La elección de metas es el punto decisivo”. Es
decir, que todo poder implica la necesidad de hacer las cosas y tomar
decisiones con mucha responsabilidad.
Esta necesidad aumenta forzosamente cuando se tiene entre manos algo que
sobrepasa los límites humanos. Por ello, una vez más, nos urge disponer de
mentes humanas muy bien concienciadas.
El filósofo alemán Hans Jonas
expresa esta llamada a la prudencia, a
la hora de considerar los posibles desarrollos científicos y tecnológicos, en
el denominado principio de
responsabilidad, que establece un mandato que no deberíamos pasar por alto:
“Obra de tal modo que los efectos de tu
acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra”.
Los desafíos que se nos plantean
con el desarrollo de las nuevas tecnologías pueden conducirnos realmente al fin
de la humanidad tal y como la conocemos (con sus defectos y sus virtudes). Debemos
construir una base de valores humanos sólidos que nos oriente en la destrucción
que nos acecha; debemos salvarnos de
nosotros mismos, porque, por suerte o por desgracia, somos insaciables. Y,
efectivamente, quien tiene la información, quien la conoce, tiene el poder; y
no cualquier poder, sino el poder de decisión.
Claudia Leal Acosta (1º Bachillerato CTA)
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