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jueves, 9 de mayo de 2013

De la muerte y otros quehaceres diarios



La muerte caracterizaba el día a día de aquel pequeño pueblo de pastores y granjeros, algo que también caracterizaba aquella época. El mal tiempo y la escarcha destruyeron la cosecha, y el hambre azotaba a todo aquel que no tuviera algún animal. En esa temporada sobraban los hijos de familias pobres que ofrecían a cambio de sustento  su trabajo como labriegos de sol a sol. Tampoco los comerciantes tenían las cosas fáciles; los caminos eran sumamente peligrosos y por lo que vendían no les daba para volver a comprar de nuevo el producto en la misma cantidad. Yo, por suerte, siempre encontré un jornal para comer. Mi capacidad artesana no superaba a la de un maestro, al igual que mi capacidad con la azada se limitaba a hacer surcos irregulares en la dura tierra. Intenté otros oficios, pero con peor resultado: me llevé más palos que un perro viejo. Y todo esto para escapar de una muerte que seguramente me acabaría alcanzando, aunque, según mi dicho: “Es peor morir en vida, que morirte en esta vida”.
Por eso  he dedicado mi vida a caminar por los continuos caminos pedregosos de este mundo. Y es que, por mucho que el caminar sea difícil, siempre vale la pena vivir para caminar un día más.

Eduardo Sánchez San Blas
2º BAC HCSO

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