Primero
es necesario conocer y entender qué significa la mentira. Según el diccionario
de la RAE la mentira es la “expresión o manifestación contraria a lo que se
sabe, se cree o se piensa”. Desde el punto de vista filosófico existen muchas
interpretaciones y puntos de vista sobre el concepto de mentira, pero básicamente
se refiere al engaño al darle a los demás pistas erróneas o información sobre
nosotros mismos o sobre el resto de personas o cosas.
La
mentira no es sólo, como la mayoría de las personas piensan, verbal, la mentira
se evidencia también a través de gestos y comportamientos. Si somos capaces de
verla de esta forma, nos daremos cuenta de que la mentira se encuentra en toda
la naturaleza, en plantas y animales. El motivo para que la encontremos en
todos los seres vivos es que ésta nos proporciona ventajas.
Hoy
en día es muy común encontrarnos con políticos que mienten, engañan, con el fin
de conseguir votos y apoyo del pueblo. La mayoría de las personas cree que
definitivamente mentir en política es inmoral y no tiene justificación alguna,
mientras otros pocos piensan que la mentira es una herramienta muy útil y totalmente
justificada en política.
Un
ejemplo de esto último es el exsecretario de Estado norteamericano Henry
Kissinger, quien opina que el Estado -y, por consiguiente, el estadista- tiene
una moral diferente a la del ciudadano corriente.
También
hay quienes opinan que los políticos no
tienen ninguna moral especial y distinta a la del ciudadano, ni siquiera el
político que se ocupa de asuntos exteriores, como el ex canciller de Alemania
Federal Helmut Schmidt.
El
juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo. ¿Por qué? Porque
minan la confianza. Y, sin confianza, la política constructora de futuro es
imposible. Por consiguiente, la primera virtud diplomática es el amor a la
verdad. Eso significa que algunos estadistas como Thomas Jefferson tenían
razón: no existe más que una sola ética sin divisiones. Ni siquiera los
políticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados
deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos. Los fines políticos no justifican medios
inmorales.
O
sea, la veracidad, que está reconocida desde la Ilustración como condición
previa fundamental para la sociedad humana, no sólo es un requisito para los
ciudadanos individuales sino también para los políticos; especialmente para los
políticos.
¿Por
qué? Porque los políticos tienen una responsabilidad especial respecto al bien
común y además disfrutan de una serie de privilegios considerables. Es
comprensible que si mienten en público y faltan a su palabra (sobre todo,
después de unas elecciones), luego se les eche en cara y, al menos en las
democracias, tengan que pagar el precio, en pérdida de confianza, pérdida de
votos en las elecciones e, incluso, pérdida de su cargo.
Aunque
también existen situaciones o circunstancias en las que un político debe mentir
por más de una razón. Algunas de éstas pueden ser para mantener el orden y la
estabilidad de la nación. Por ejemplo: se avecina una catástrofe, controlan la
información pocas personas, pero ésta logra filtrarse; con el objetivo de
mantener la calma, la estabilidad y evitar el pánico, los políticos mienten al
negar la magnitud del problema o el hecho en sí aprovechando éste tiempo para
organizar un plan de respuesta que minimice los efectos de dicha catástrofe o,
incluso, contrarrestarla del todo.
Esta
situación se evidencia cuando la administración del ex presidente J.F Kennedy
mintió a los periodistas que preguntaban
en la Casa Blanca si se estaba haciendo alguna maniobra militar para intervenir
en Cuba o relacionada con Cuba, lo cual negaban rotundamente, cuando era
cierto.
Otra
circunstancia en la que se justifica la mentira es para salvar vidas humanas
inocentes. Esto se evidenció en la crisis de los rehenes norteamericanos en
Irán, cuando un grupo de funcionarios de la embajada norteamericana tuvieron
que refugiarse en la casa del cónsul de Canadá en Irán y para ser liberados del
país mintieron a las autoridades iraníes con documentación falsa. Es decir, que
el gobierno canadiense mintió al dar documentaciones falsas para salvar vidas
humanas; también mintió el gobierno estadounidense al decir al mundo que los
funcionarios en peligro eran actores y que rodarían una película en Irán.
Después
de analizar todo lo anteriormente dicho, creo rotundamente que mentir en
política no es ético y sólo es justificable en situaciones muy puntuales y
necesarias, por el bien común, como puede ser para salvar vidas humanas.
Laura Lage Segura (1 BAC CTB)
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