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jueves, 9 de mayo de 2013

Acabaron cogidos de la mano del dolor




Rota como una muñeca de porcelana, herida después de una batalla. Así se sentía Melany después de la muerte de su padre.
Fue en octubre, cuando el otoño ya hacía caer las primeras hojas de los árboles y el frío empezaba a llegar. Ese día estaba lloviendo, pero era acogedor. Ella escuchaba el ruido de las gotas mientras estudiaba, como cualquier otra tarde, solo que esa tranquilidad se rompió al oír a su madre gritar.
Salió corriendo de su habitación para comprobar qué había ocurrido. Los accidentes en el hogar no son tan escasos, al parecer el piso estaba mojado por una gotera en el techo, propio de una casa de madera. Según su madre, su padre iba a ir a salir a comprar la comida cuando pasó por ahí y resbaló. Una mesa estaba cerca y cuando cayó se dio contra ella.
No hay más qué decir. Fue lo sucedido, muy rápido la verdad, pero fueron los minutos más dolorosos que había experimentado Melany a pesar de sus 16 años de vida.
A pesar de que ya había pasado un mes desde que empezaron las clases, ya quería irse, pero a la vez no quería que acabara, ya que volvería a la casa donde estaban encerrados los recuerdos, donde estaba la presencia de su padre. La soledad era su única compañía en esos días. Estaba rodeada de gente, de amigos y amigas que la querían, pero nada era igual. Cerraba los ojos y empezaba a recordar a su acompañante, a su mejor amigo, a su consejero, a su padre… Le recordaba cada día, así se sentía viva, vivía para él, si sonreía era porque sentía que estaba ahí, a su lado, protegiéndola, como siempre lo hacía antes del accidente.
Su madre no era una excepción. Velaba por él todas las noches, abría la ventana y miraba las estrellas, como si allí tuviera la solución a ese gran problema, a esa tragedia que llegó de improvisto. Seguía adelante a pesar de la ausencia de su marido, de su amor, de la persona que la acompañó gran parte de su vida y que ya no estaría más nunca a su lado.

Diciembre…

Todos los días eran iguales, monótonos. Tardes lluviosas y, a pesar del frío, ya se sentía la calidez de la navidad. Podrían ser una de las más tristes, melancólicas, aunque ellas se ayudaban mutuamente, luchaban para seguir adelante, para ayudarse y ser felices.
El día de navidad, su madre la despertó:
-Buenos días cariño, hace un día precioso. Ha dejado de llover, ¿por qué no salimos un rato a dar un paseo?
Ese podría ser el mejor de los regalos para Melany, la compañía de su madre.
Salieron las dos al jardín y a continuación cogieron camino hacía un parque cercano. No había silencio. Ellas se fundían en las variadas conversaciones que tenían, se escuchaba el ruido de los niños jugar, los coches pasar, se veían parejas, familias enteras, todos sonreían, un día lleno de vida.
El parque no estaba tan lleno, solo estaba la presencia de dos ancianos, un señor que leía, unos hermanos disfrutando de la nieve que había caído aquella noche y un chico. Fue lo que a Melany más le llamó la atención. Estaba solo, en un banco sentado, con la mirada perdida en sus pensamientos.
-Necesito caminar un poco, me vendría bien. -le dijo Melany a su madre.
-Yo estaré aquí sentada, no me iré, no tardes mucho. -le respondió.
La chica empezó a caminar. El parque era bastante grande por lo que podía pasarse varios minutos caminando, sin detenerse, sumergida en sus pensamientos.
Pasó delante de aquel chico sin darse cuenta, pero él si la notó, la vio, con detalle, sus ojos ahora brillaban. No había ningún motivo. El giró la cabeza, no encontró sentido a su reacción, a lo que sintió por el simple hecho de ver a una chica desconocida.
Raúl, así se llamaba. Ya habían pasado unos minutos de haberla visto pero en su cabeza no dejaba hacerse la misma pregunta: ¿quién era esa chica?
Se levantó y empezó a caminar, quiso aclarar sus ideas.
Melany seguía su camino, reflexionando sobre su vida, sobre su familia... Miraba al suelo, no veía a las personas pasar. Raúl también seguía su rumbo pero él caminaba más y más rápido, como si estuviera huyendo de sus recuerdos, de sus problemas. Sentía que debía llegar a un lugar pero no sabía cuál. Pasó así varios minutos hasta que se sentó en el primer banco que encontró, al lado de una mujer. Ella ni si quiera se percató de lo sucedido. Al cabo de un rato, llegó Melany.
-Hola mamá.
-Ah, hola cariño…
Raúl se sorprendió, estaba temblando, no sabía qué decir, por lo que prefirió levantarse, cediéndole el sitio a la joven chica. Hubo un problema. Ella se presentó.
-Hola, soy Melany, encantada de conocerte.
-Hola... Yo Raúl. Igualmente.
La madre de la joven era muy detallista y le gustaba cuidar los momentos así que le dijo a su hija que iría a dar una vuelta. Ella se puso nerviosa, ¿qué estaría haciendo con un extraño, solos, en un parque? Pero lo que le impresionaba era que no tenía miedo sino todo lo contrario. Su madre se retiró.
Raúl se consideraba una persona sociable, y qué más fácil que establecer una conversación con alguien al que no conocías, había mil temas de qué hablar. Comenzaron un pequeño diálogo que con los minutos iba creciendo, la confianza iba aumentando. Antes de irse se dieron un abrazo y ella le entregó una pulsera que se había hecho aunque siempre se solía caer ya que no era buena haciéndolas pero soportaba estar en la mano, eso le valía. Si la perdía se hacía otra pero esa ya le pertenecía a Raúl.
Ya había llegado la noche, ella, en su habitación, miraba las estrellas, pensaba en su padre, pero había llegado alguien más en su vida. Por otra parte, él no dejaba de pensar en ella. Raúl vivía una vida casi perfecta, tenía dos padres, un hermano pequeño, estudios, jugaba al fútbol y era muy conocido en su instituto. Solo que él, era diferente, siempre soñaba, escribía sobre su vida, sobre cosas fantásticas e irreales, no paraba de imaginar cosas nuevas. Esa noche escribió sobre una realidad, sobre ella.

Febrero…

Ellos dos empezaban a verse cada día, se hablaban a diario y era casi imposible dejar de pensarse mutuamente. Los sentimientos eran más notables, Melany por primera vez reía de verdad, sin máscaras. Él, por fin pudo dejar imaginar cosas irreales, Raúl ya se sentía completo, se sentía lleno de vida, con ganas de escribir su realidad, con verla, juraba amarla cada segundo que pasaba. Ella no era una excepción. Lo amaba, a pesar de los pocos meses a su lado, le bastaba, se conformaba con eso. Su madre la veía, era feliz gracias a ella, le regalaba su felicidad, su hija lo era todo y verla disfrutar de la vida la hacía descansar, estar más tranquila.
Las miradas eran más especiales, los silencios eran cómodos, y el tiempo se detenía cuando estaban juntos. Estaban hechos uno para el otro, estaban unidos por dos realidades que antes deseaban: ella necesitaba a alguien, no que reemplazara a su padre ni mucho menos, necesitaba a alguien que la acompañara, a alguien que la hiciera feliz cuando ya no tenía fuerzas para continuar. Él quería un sueño cumplido, quería ver a su vida delante de él, un día juro que se entregaría a la persona amada, él era de sus escritos, de sus sueños, ahora él pertenecía a ella.

Marzo…

Ya había pasado un mes pero para ellos parecía que pasaban minutos, segundos si era necesario. El tiempo iba muy rápido pero si estaban juntos no les importaba.
Ese mañana quedaron para ir otra vez al parque, era su lugar favorito. Raúl siempre la esperaba en el banco donde se conocieron, ya luego Melany llegaba unos minutos más tarde. No tardaba mucho. Pero, al contrario, ese día no era el caso. La joven no llegaba como de costumbre, se retrasaba, él estaba extrañado, más preocupado de lo que debería estar. Y el tiempo pasaba pero no llegaba, la llamaba pero no había ninguna respuesta. Optó por ir a su casa, tal vez se la encontraba por el camino. Iba cada vez más deprisa, no la encontraba.
Muchas personas estaban agrupadas en la carretera, un coche a la derecha, más adelante una ambulancia. Él se imaginaba lo peor. Había una camilla, con una manta y alguien encima. No quería saber la respuesta. Ya lo daba todo por hecho, no tenía que saber nada más, así que se fue. No comprendió lo que estaba ocurriendo, no quería aceptar la verdad, esa no.
El chico empezó a correr y, justo en ese momento, la pulsera se cayó al suelo. Sus lágrimas caían y su rabia iba creciendo, su mente decía que todo había acabado pero su corazón buscaba alguna esperanza. Pero no la encontró. Decidió irse del pueblo, le costó convencer a sus padres pero lo consiguió, no se fueron muy lejos, solo a unos pocos kilómetros de donde antes vivían, pero el parque estaba lejos, no lo volvería a ver. Ahí estaban guardados sus recuerdos.
Justo cuando Raúl se fue, Melany, salió de su casa para verse con él. Se había retrasado haciendo algunos recados. Mientras se dirigía hacia el parque vio el accidente. Muchas personas, una ambulancia, un coche, alguien muerto. No quería pensar que en esa camilla estuviera la persona a la que amaba. Algo que no se esperaba era ver la pulsera tirada en el suelo, cerca de la camilla. Un nudo en el estomago la dejó sin aliento y no pensó en otra cosa que en irse de allí, tomando la misma decisión del chico, huir del dolor, de la presencia de aquel trágico momento.
Pasaron días, él vivía su nueva vida, con un gran hueco en su interior. Se sentía tan vacío...
Ella vivía con el recuerdo de las dos personas que más amaba. Los dos supieron vivir, pero no aprendieron a ser felices, solo esperaban, pero las ilusiones eran falsas. Sus mentes negaban cualquier esperanza y ya no creían en la vida; estaban de la mano con el dolor. 

Arianna Hernández Pérez

3º ESO  A

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